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Día 16 – C1

Levanto la mano para avisar al conductor, se encienden las luces intermitentes y el autobús comienza a acercarse a la parada. Salvo el desnivel de la puerta con una pequeña zancada, paso la tarjeta y entro lanzando una mirada para ubicar algún asiento libre sin suerte; en esta parada casi siempre va lleno de estudiantes camino a la facultad.

Las mochilas cuelgan como una extremidad más de sus cuerpos con un hipnótico vaivén producido por el movimiento del autobús. Si las mochilas inertes colgando de sus hombros parecen un tercer brazo, todos tienen un apéndice en sus orejas a modo de auricular. Al menos se ha pasado la moda de llevar la música con el móvil a toda voz, porque había algunos gustos musicales… que se merecían un buen frenazo con su correspondiente susto.

Miran el móvil, eso sí. Sin excepción, jóvenes  y mayores; parece que se ha convertido en algo instintivo y automático a la hora de subirse al autobús. Hasta yo lo llevo en las manos con los dos pulgares dispuestos, sin haberme dado cuenta, aunque prefiera mirar caras e imaginar vidas. Para esto, la vuelta es más cómoda: las gafas de sol son un perfecto complemento para observar con cierta discreción. Pero a estas horas de la mañana, van tan dormidos y absortos en sus pantallas que da exactamente igual, ni se inmutan.

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