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Día 18 – Distopía

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Aquella mañana las portadas de todos los periódicos llevaban la misma noticia y un titular calcado. Enrique se descargó en su lector digital cada una de las ediciones con cierto aire de perplejidad, aquello era más cómodo que antes y, además, estaba garantizada la actualización al momento. Hacía ya más de cincuenta años que los periódicos dejaron de editarse en papel y lo que, en su juventud, fue costumbre de cada domingo: salir a desayunar pasando antes por el quiosco para comprar los periódicos; ahora se había transformado en un simple clic frente a la pantalla para descargar las suscripciones.

La tradición del desayuno en la calle también se había transformado: los días no laborables estaba prohibido salir de casa salvo causa mayor debidamente justificada. Aquella maldita guerra en la que tres cuartas partes del planeta se vio inmersa hace una década había provocado un desgaste brutal del medioambiente y un empeoramiento de las condiciones de vida nunca vistas en el último siglo.

Enrique suspiró leyendo los titulares. Estudió periodismo sabiendo que no iba a tener futuro, lo que nunca se imaginó es que su soñada profesión iba a ser sustituida por Ley -justo el año en el que terminaba la carrera- por ediciones de Inteligencia Artificial. Añoraba el papel y el olor a tinta, casi tanto como la vida preconflicto. Nadie se hubiera imaginado que en pleno siglo XXI las llamadas “naciones desarrolladas” iban a caer en una espiral belicista dejando a la Primera y Segunda Guerra Mundial a la altura del betún. Aquello cambió su vida y la de todo el planeta.

Releyó las diferentes editoriales atónito, estuvo por pellizcarse por si aquello era un sueño, un mal sueño… pero no. Lo peor es que todos los medios, sin excepción, anunciaban aquello como una buena noticia “para la supervivencia de la civilización”. Y lo seguirán llamando Inteligencia, se dijo imaginando los algoritmos que redactaban todas esas noticias.

“Meta se hace con el control de la compra y venta de oxígeno en Europa” era el titular que recogían las ediciones de aquella mañana. La empresa estadounidense, que ya controlaba el uso de oxígeno en las calles de medio mundo, desembarcaba en el antiguo continente para seguir haciendo negocio. Porque, aunque lo anunciaran como un avance para el control poblacional y la regulación del uso del espacio público, aquello no era más que un negocio.

Un pitido le sacó de aquellos pensamientos… ¡y menos mal! porque ya estaba empezando a cabrearse. Era el filtro de gases, le avisaba de la subida de los niveles de dióxido y la máquina se puso en marcha depurando el aire de su habitación. Enrique se angustió pensando en lo que le costaría llegar a final de mes si Meta subía los precios como ya había hecho en los países donde estaba implantada. Maldijo haber estudiado periodismo, maldijo su lector electrónico y soñó, de nuevo, con que aquella maldita guerra se lo hubiese llevando por delante.

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